Por fin. Para un servidor se trata de uno de los mayores talentos que ha dado el fútbol. Otra cosa es cómo haya administrado ese talento. Ricardo Quaresma ya no es un crío, tiene 30 años y regresa a la casa en la que mejor ha estado alojado, la del Oporto. Una excusa perfecta para echar la vista atrás y recordar maravillas como la trivela, ese golpeo exquisito con el exterior del pie. Desde verano andaba sin equipo, quizá por desgana o tal vez por carencia de ofertas interesantes. La cuestión es que por fin podremos volver a disfrutar de su magia, la que se intuía en el Sporting de Potugal, la que se quedó a medias en Barcelona, la que arrasó en Do Dragao y la que empezó su decadencia en el Inter de Milán y en el Chelsea. En el Besiktas se convirtió en un ídolo, pero abandonó Turquía para jugar en la mediocre liga de los Emiratos Árabes. Todo por la pasta, adiós al fútbol de primer nivel. Ahora se reencuentra con la élite, en un equipo que nunca renuncia a la victoria, en un conjunto en el que dio lo mejor de sí antes de dar el salto al vacío. El Mundial suena descabellado, pero de Quaresma siempre puedes esperar cualquier cosa. Porque Ricardo no ha dado un paso atrás, ha dado el paso definitivo. Suerte.