Jugadores que nunca llegaron a estrellas: Gerard López

Jugador que nunca llegó a estrella o que, como algunas estrellas, su brillo por el firmamento futbolístico, fue fugaz. Gerard López Segú. Nacido en Granollers (Barcelona) y criado en La Masía. Una inagotable fábrica de talentos en la que entró a formar parte con sólo 11 años. Hasta que se hizo mayor. Hasta que cumplió la mayoría y el Valencia, vislumbrando que se estaba incubando un crack en la cantera barcelonista, se lo llevó para hacer un posterior gran negocio.

Con 18 añitos Gerard se fue a Mestalla después de un cambio de residencia con el que no hizo falta siquiera pagar traspaso. Jorge Valdano se hizo con la joven perla y la hizo debutar en Primera el 31 de agosto de 1997, en la primera jornada de Liga en el Lluís Sitjar, donde el Valencia caería derrotado frente al Mallorca (2-1). Sin embargo, la alegría, en este caso los minutos de juego, le duraría poco al bueno de Gerard. Y es que dos jornadas después Valdano sería cesado y en su lugar llegaría un Claudio Ranieri que no confiaría en las facultades del centrocampista. Así, la mejor solución, al final de temporada, fue cederle al Alavés, donde se foguearía y cogería el punto a la máxima categoría del fútbol español. Y efectivamente, no falló en su paso por Mendizorroza. Una temporada le bastó para regresar al Valencia y demostrar que era uno de los mejores medios de Europa. De la mano de Héctor Cúper, el opuesto a Ranieri en cuanto a confianza sobre el catalán, logró un inolvidable ‘hat-trick’ frente a la Lazio en la Liga de Campeones. Aquella brillante victoria por 5-2 de un miércoles 5 de abril de 2000 catapultó un futbolista que posteriormente sería internacional absoluto con José Antonio Camacho de seleccionador y disputaría la Eurocopa.

Su gran temporada no pasó desapercibida para los grandes clubes de toda Europa y el Milan mantuvo con el Barcelona una intensa pugna por hacerse con el valor en alza más seguro del mercado. Gerard lo tenía prácticamente todo. Visión, técnica, buen disparo, certero remate de cabeza. Era una garantía y por ella el Barça pagó la ‘nonada’ de 3600 millones de pesetas. El club blaugrana se llevaba el gato al agua repescando un talento que incomprensiblemente dejaron escapar gratis. Regresaba un símbolo, el sucesor para muchos de Pep Guardiola, el centrocampista total que, tras la marcha de Luis Figo al Real Madrid, reconduciría la crítica situación blaugrana. Pero nada. Gerard coincidió, o formó parte, de la última travesía por el desierto que recuerdan los culés con más pena. Además, las lesiones se cebaron con él y nunca fue quien se esperaba que fuese. Estuvo cinco temporadas vistiendo la elástica blaugrana en su segunda etapa y sólo en la última, en la que Frank Rijkaard confió en él para algunos partidos importantes, gozó de un poco de protagonismo. Con la Liga ganada, y con un contrato que finalizaba, hizo las maletas rumbo a Francia. En Mónaco, más de lo mismo. El ‘14’ que soñaba con emular a su ídolo Johan Cruyff fue víctima de nuevo de las lesiones, de la irregularidad y de la escasa confianza sobre él. Dos temporadas en el país galo, donde marcó algún que otro gol pero insuficiente para cuajar, fueron suficientes para acabar su vinculación y poner fin a su aventura extranjera.

Así, hoy, simplemente con 28 años, la edad en la que la mayoría de futbolistas viven su madurez, de Gerard se recuerda lo que fue. Una estrella fugaz que dejó de brillar por diferentes razones cuando lo tenía todo para formar parte de la historia del Barcelona y del fútbol. Quien sabe si en su regreso a la Liga, a un modesto con hambre como el Recreativo, juega y disfruta como lo hizo antaño, no obstante lo que está claro es que, hasta el momento, la mejor versión de Gerard ya la hemos contemplado.

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Jugadores que nunca llegaron a estrellas: Tote

Es lo que tienen las canteras de los grandes clubes. En ellas encontramos un sinfín de jóvenes diamantes en bruto, que hay que pulir poco a poco, hacerlo de la mejor manera para que cuando brille no lo deje de hacer. Y ese camino, que algunos muy bien toman, otros como Jorge López Marco, más conocido en el mundo del fútbol como Tote, pierden a pesar de contar con cualidades.

Hablar de Tote es como hablar de las habilidades de Juanma Lillo como entrenador. Si algo tienen en común es que son genios incomprendidos. Ni Tote llegará jamás a despuntar en un club de élite ni Lillo destacará nunca más que por su inconfundible labia. La razón, sólo el fútbol la conoce.

A Tote le encantaba hacer rabonas. Tal vez era la diablura que más dominaba. También le gustaba hacer chilenas, aunque no las dominara tanto. Pero nunca tuvo suerte. Y la suerte en el fútbol es la continuidad. Abandonó la cantera del Atlético cuando era juvenil para seguir los mismos pasos que Raúl, pero la confianza que depositaron en uno se diferenció de manera abismal con la que pusieron sobre el otro. En el Real Madrid nunca le apreciaron, lo cedieron de aquí para allá: que si ahora al Benfica que si ahora al Valladolid, que si ahora vuelves y no juegas y luego te devolvemos a Zorrilla. Y a Tote le pasó lo que le ha pasado a Guti: de tanto esperar ha pasado a ser una eterna promesa, aunque el ’14’ blanco haya corrido más suerte y, aunque a trompicones, no se haya movido en toda su carrera de Chamartín. Quien sabe si Guti hubiese seguido el mismo triste camino de Tote o, quizás, hubiese sido la indiscutible estrella de cualquier otro equipo. Pero de Guti ya hablaremos en otro capítulo. Porque hoy le toca a Tote ser el protagonista. Algo que siempre soñó ser en el club blanco, que no el de su vida, ya que su corazón, aseguran, siempre fue muy pero que muy rojiblanco.

Tote vivió su momento dorado en el Valladolid. Coincidió con Luis García, y mientras él ahora triunfa en las filas del Liverpool después de que tras un efímero paso por el Atlético el Barcelona le abriese la puerta, a Jorge López le ha tocado intentarlo, con más pena que gloria en el Betis, donde pasó temporada y media, en el Málaga, donde pasó media, de nuevo en el Valladolid, donde no pudo revivir rabonas del pasado, y en su actual club, el histórico Hércules de Alicante, en el que comenzó titubeante, con pitos incluídos de la afición por su presunta falta de motivación, pero a la que se ha ganado en las últimas jornadas hablando en el campo. Tote, tras una carrera intermitente y con 29 primaveras en su haber, puede soñar aún con ser el héroe de leyenda del Rico Pérez. Ahora, evitar el descenso a Segunda B es el objetivo.

Jugadores que nunca llegaron a estrellas: Toni Velamazán

Representante de aquella ‘Quinta del Mini’ (De la Peña, Celades, Arnau o Roger García) que nunca llegó a nada, Toni Velamazán es un futbolista salido de la inagotable cantera del Barcelona. Ahí se curtió pero apenas gozó de confianza, por lo que se buscó las castañas lejos del Camp Nou.

Primero en Oviedo (96-97), siendo un habitual del equipo asturiano. Luego pasó al Albacete (97-98), jugando en Segunda y disfrutando de los minutos que se le privaron en Barcelona. Precisamente volvería a vestirse de azulgrana un año más tarde, cuando se enroló en las filas del Extremadura (98-99), realizando una de sus mejores temporadas en Primera, con 33 partidos y seis goles pero no pudiendo evitar el descenso del equipo a Segunda.

Su mejor etapa como futbolista, pero sin llegar nunca a explotar, la vivió de nuevo en Barcelona. De regreso a la Ciudad Condal pero esta vez para jugar en el Espanyol (99-05), Velamazán tuvo bastante protagonismo… hasta que una lesión truncó su mejor momento. En enero de 2002 el centrocampista de banda derecha se rompía la rodilla y se despedía del fútbol hasta año y siete meses después.

Como suele pasar en estos casos, Toni dejó de ser el mismo y su luz se fue apagando, hasta el punto que el Espanyol, y a pesar de no realizar una mala temporada, decidió no renovarle el contrato. Su mejor momento ya había pasado y comenzaba así su declive como futbolista.

Hoy, con 30 años, es el último refuerzo de L’Hospitalet después de haber pasado sin pena ni gloria por el Almería, de Segunda. Ahora, en Segunda B, gasta los últimos cartuchos de fútbol que sus botas aguardan, después de una trayectoria venida a menos cuando de ella se esperaba bastante más.