De arena y de arena. La Selección y Luis Aragonés. Un vínculo sin destino. Condenado a nada, a saborear el sinsabor de la indiferencia. España pide ánimo y Oviedo se lo da. Oviedo pide fútbol y España no se lo da. A Luis apenas se le exige y lo único que da es la espalda. Tanta como cara tiene nuestro míster por decreto. Con la ilusión que derrama, ¿qué le impide hacer las maletas e irse?
A pesar del plantón del apodado Sabio de Hortaleza, tengo que decir que anoche seguí el partido porque si no hoy no podría dar mi opinión. En líneas generales, y en todas las crónicas que he leído, he apreciado que el denominador común de ellas es el aburrimiento que el juego de la Roja desprende ante sus aficionados. Yo, y sin que sirva de precedente, discrepo un poco. Vi el primer tiempo y vi a un Joaquín exultante, alentado, recordando al mejor Joaquín. Vi momentos de toque y un bonito gol de Xavi gracias al desparpajo del extremo del Valencia. Después del gol quizá se pecó de relajación, pero apenas vi peligrar el marcador.
La segunda mitad está claro que no fue para tirar cohetes, pero ahí estaba Iniesta para aportar su granito de cal al combinado. De los pies del albaceteño llegó el segundo. España perdonó bastante. Principalmente Fernando Torres, con escasa puntería ante el portero letón. Villa estuvo desaparecido y si no llega a ser porque era el ‘anfitrión’ yo también le hubiese sustituido. Lo peor del partido no fue el resultado, ni el juego. Lo peor fue ver la patética imagen de un hombre que intenta nadar constantemente contracorriente sin darse cuenta que la propia corriente se lo está llevando. Nadando a la deriva no llegaremos a ningún sitio, y hacia esa dirección va, si nada lo impide, la barca de Aragonés.