Messi es bueno. Es buenísimo. Probablemente no gane el Balón de Oro que se entregue en los próximos días, pero nadie discute que es un crack. Y los cracks deben ser valorados como tal. Sin embargo, una cosa es que sea el mejor jugador del mundo, o uno de los dos, y que por ello se le deba mejorar porque otro, que se supone que no es tan bueno como él, tenga en su nómina un céntimo más que el argentino. Es comprensible que el Barcelona quiera proteger a su estrella por encima de todas las cosas, pero las mamadas constantes lo que único que pueden traer es la autocomplacencia de quien ya se siente un Dios. Messi tuvo un inicio de temporada regular tirando a malo en comparación con temporadas pasadas. La guinda del pastel la puso al lesionarse. El equipo, sin su referente, y él, como toda estrella que se precie, con el trato de favor que merece. Se marcha a Argentina, se viste con la elástica de entrenamiento de la albiceleste y a recuperarse… para el Mundial. Pero Messi, no contento, suelta unas declaraciones en contra de un directivo azulgrana y se queda tan ancho. Y para rematar la faena, el presidente, Sandro Rosell, confirma que se está trabajando para que los ceros de la ficha del argentino siga creciendo porque, total, es el mejor jugador del mundo y por consecuencia debe ser el mejor pagado. Tócatela, pero es así. Al país de Messi se ha desplazado en estos días Zubizarreta, el doctor Pruna y el preparador físico Paolorosso. Para que Messi esté más a gustito. Y para renegociar una mejora de contrato que no se ha ganado.